La ciudad de los callados

Crónica de la jornada de "paro armado" a la que fue obligada la ciudadanía de Santa Marta que, en silencio, vivió este día.

Por Eduardo Marín Cuello

La motocicleta de la policía cruza en la esquina del estadero Donde Totó, en el barrio Ciudadela 29 de julio al Sur de Santa Marta (Norte de Colombia), y se interna en ese callejón donde algunos aseveran hay una ‘olla’. El par de agentes que van en la moto, tal vez, ignoran que los vendedores de los puestos de frutas, verduras, lácteos y cárnicos que están en la siguiente esquina, están atemorizados por las amenazas hechas por sujetos pertenecientes, al parecer, a las Autodefensas Gaitanistas de Colombia y, por eso, ya están cerrando sus negocios cuando el reloj apenas marca las 9 de la mañana.

Se tomaron una hora de gabela, pues, según la noticia regada gracias a Radio Galeón, desde las ocho de la mañana los locales comerciales, principalmente en el mercado público, debían estar cerrados y los buses del servicio de transporte urbano paralizados. Estoy intentando comprar algunos ingredientes para el almuerzo: arvejas, zanahorias, pimentones, cebollín y algunas cosas más. El único abasto donde conseguí lo que me hacía falta era atendido por una pareja madura, ambos gordos; ella con el cabello tinturado de amarillo que dejaba ver la raíz negra; él con sus ojos rasgados y su camisa azul celeste abierta hasta el tercer botón. Al tiempo que llegué junto a mi acompañante, llegaron tres señoras buscando también algunos víveres. El nerviosismo de la pareja de vendedores era tal, que la mujer se equivocó tres veces al ingresar el código a la báscula para determinar el valor de un par de zanahorias. En esos momentos, el hombre, de manera disimulada, intentaba guardar al interior del local las canastillas plásticas que exhibían las papas, tomates, guineos y demás alimentos que allí expenden. Noto entonces, que los vendedores vecinos hacen sendas acciones, rechazando incluso a algunos compradores. 

Estos son un ejemplo del terror, pánico más bien, que sienten los comerciantes en Santa Marta debido a un panfleto que, según se puede leer, va dirigido a toda la Nación pero sólo aquí hace eco. Aquí, donde pasa de todo y al mismo tiempo, no pasa nada debido al silencio que todos prefieren guardar. Callados, sí señor, callados y obedientes a ejércitos de hecho que, en este caso, dicen “luchar por la reivindicación social y la dignidad de nuestro pueblo”. Vaya si es cínico eso. Hasta cuándo vivir con miedo.

Este es el panfleto que circuló en todo el país, pero sólo en el Urabá y en Santa Marta hizo relevancia. Lo grave, es que esto ocurre en plena temporada turística, cuando la capital del Magdalena acoge a miles de turistas.

El juego de mostrarse los dientes

La amenaza y su ruido, se hace más fuerte en el mercado público de la ciudad. Ese lugar termina siendo el escenario más simbólico, pues desde que la noticia se conoció, ese fue el lugar más mencionado. Allí está la mayoría y variedad de mercancía de la ciudad; ferreterías, droguerías, supermercados, tiendas, graneros, pequeños depósitos, puestos informales y demás puntos de venta de mercancías básicas para el consumo humano. En ese sector y sus alrededores, nadie habla, nadie tiene nombre. Todos están de brazos cruzados, con las puertas cerradas, con los candados fríos desde la noche anterior. Algunos intentaron abrir, pero escucharon las sugerencias de su colegas y competidores de mantener abajo las 'esteras'. Por esos lares, un par de perros callejeros pelean por una hembra en celo. Se ladran, se 'bravean', se acercan, se muestran los dientes y amagan con lanzar una mordida ante la mirada de algunos ayudantes de ferretería que están, sin oficio, sentados en una esquina.

En el pasado, el mercado era el sitio preferido por los extorsionistas de las extintas Autodefensas Unidas de Colombia -AUC- las cuales, después de la desmovilización en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, degeneraron en otras subespecies como las bandas criminales Los Urabeños o Las Aguilas Negras, los primeros son los mismos de las Autodefensas Gaitanistas que hoy conmocionan la ciudad. Esa influencia del pasado aún se siente y por eso el mercado es tierra de nadie. Sin embargo, y en un acto que responde a los autores de la amenaza, el alcalde distrital, Carlos Caicedo Omar en conjunto con el comandante de Policía departamental, Wilson Barón Calderón, y unidades del Batallón Córdoba movieron hombres armados a ese sector y ellos mismos lo visitaron, invitando a los ciudadanos a no dejarse amedrentar y a reabrir sus negocios.

Al ver eso, no sé por qué, recuerdo al par de caninos que hace un rato se enseñaban los dientes mostrando su poder, su armamento...

Sí, el mercado está militarizado. Hay uniformados cada cien metros en promedio y aunque el alcalde diga que la seguridad está garantizada, los vendedores sin nombre, no abren sus expendios. Prudencia, tal vez. Cobardía, puede ser.

La acción del burgomaestre Caicedo y el comandante Barón, es lo menos que se podía esperar teniendo en cuenta que menos de 24 horas antes, el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, estuviera en la ciudad y depositara la confianza en el comandante y el mandatario para combatir la inseguridad en la capital magdalenense.

En el mercado, tras la partida de las autoridades máximas, aumentó el silencio.

La guerra de los callados

En el distrito hay cuatro empresas que prestan el servicio de transporte público urbano en buses y busetas. Ese parque automotor supera los mil vehículos. Hoy, ninguno está rodando en las calles y avenidas de la ciudad. Ellos también acogieron la ley del terror y apagaron sus motores. El humor negro me hace pensar que aportan a disminuir la contaminación por CO2 y por ruido, pero, caigo en cuenta y noto que también disminuyen las actividades laborales de aquellos que deben tomar rutas de bus para ir a trabajar.

Las esquinas están vacías al igual que los paraderos. Los semáforos cambian de rojo a verde, pasando por amarillo, solo para los taxis y las motocicletas -incluidas las mototaxis, que hoy se aprovechan y aumentan su tarifa a dos mil pesos- ante los ciudadanos que, tal vez por el silencio generalizado, no reclaman.

Ante esta situación, varios se quedan en casa; quienes pueden pagar un taxi o una 'moto' (mototaxi), lo hacen; otros caminan pese al sol que aumenta la temperatura hasta los 28 grados centígrados (82 F°) para ir a trabajar, o hacer diligencias de cualquier tipo.

Estoy caminando, observando la ciudad, lo que ocurre. Todo está silencioso, no me canso de repetirlo. No parece Santa Marta. En la carrera quinta, hoy no suenan los gritos de los vendedores de ropa, frutas, comidas callejeras. Tampoco se oyen los parlantes de los vendedores de música pirata promocionando el éxito de 2011: Ai se eu te pego del brasilero Michel Teló, bailado hasta por figuras del fútbol como Neymar o Cristiano Ronaldo. Silencio en todas partes; tanto que incita a gritar, aunque sea, para escuchar cómo el eco regresa.

En ese silencio se nota que la vigilancia dispuesta por el alcalde es mayor en la quinta y en el mercado. En otras zonas donde la actividad comercial también está presente, tienen menos o nula custodia policial. Así ocurre en la Avenida del Libertador a la altura de la carrera 15, por ejemplo, donde la ferretería Aserra, la Panadería Central, la refresquería de la acera de enfrente, el punto de drogas La Rebaja y hasta el local que promociona computadores a bajos costos, están cerrados. En esa zona, no hay ni un sólo policía.

Inicio el retorno a casa para degustar el almuerzo preparado con los ingredientes que compré hace ya casi 3 horas, los cuales dejé allí antes de salir a encontrarme con la ciudad de los callados y los anónimos. Mientras camino por la Avenida del Ferrocarril, en mi cabeza empieza a sonar la canción La guerra de los callados, esa que Álvaro José, 'El Joe' Arroyo (Q.E.P.D.) compusiera e interpretara en 1990, tras unos atentados terroristas acaecidos en Medellín ese año.

Fragmentos de esa pieza musical como estos, me hicieron tararear hasta regresar a casa:

"La noticia se ha regado,
¿Qué cosa será?
La guerra de los callados,
declarada está.
Todo el mundo está enterado,
confusión total"
Paso frente al centro comercial Ocean Mall y entro, es la otra cara. Aquí todo está abierto, con poca gente comprando o vitrineando, pero abierto. No hay sensación de amenaza, sigo tarareando:

"No se puede, no se puede, ya no se puede caminar;
cierra la puerta pa’ estar tranquilo,
pues no hay ruta ni camino seguros de transitar, sí, sí.
Y la ciudadanía vivió impotente todo el drama;
las bocas están cerradas y selladas con candados de terror"

Salgo de allí y caigo en cuenta que el único comercio de la calle que está abierto en todo el recorrido, son las vitrinas con empanadas, arepas de huevo y demás fritos... 

Llego a casa y tras almorzar el arroz mixto preparado por mamá con los ingredientes comprados temprano, recuerdo el rostro del vendedor de la cacharrería y la señora de la papelería de la Ciudadela cuando regresaba a casa con la compra. Ellos estaban  a punto de cerrar sus negocios tras haber visto pasar, por segunda vez, una moto de alta cilindrada con dos tipos que, según él expresó: "no son de la Sijin". Luego quedaron callados.


Silencio total en la tierra de los atardeceres naranjas. Sólo el silbido de la brisa, que por estos días refresca la ciudad, se escucha hoy en el ambiente.