Darse cuenta de las fallas evita lo peor

Por Eduardo Marín Cuello

Llegó el nuevo año. Santa Marta, como siempre, en estas fechas está abarrotada de turistas, casi todos con camisetas blancas de franela con estampados multicolores referentes a la ciudad, chaquiras en el pelo, calzando chancletas (sandalias) y en traje de baño por las principales calles de Taganga, El Centro y El Rodadero. Se les ve caminar por esos lares a los que no tienen carro, mientras los que sí tienen aportan su grano de arena al caos vehicular que la ciudad 'con la magia de tenerlo todo' padece, incluso, en temporada baja.

La temporada de vacaciones de fin de año, se ha convertido en una tradición consistente en hacer caer en cuenta a los samarios de los problemas que la ciudad más antigua de Colombia posee.

Pocas vías, problemas de movilidad

Santa Marta es una ciudad pequeña, no sobrepasa los 2.400 km2, y sólo hasta el 2009 inició una revolución en materia de construcción en distintos sectores de la ciudad, proceso enfatizado en la periferia de la ciudad que poco o nada aporta a mejorar el flujo vehicular en el Centro, donde se encuentran los focos comercial y político. Esa zona, en una polémica remodelación de la administración pasada, quedó con una calle convertida a peatonal, la 19 entre carrera 2 y Avenida del Ferrocarril, lo mismo ocurrió con la mitad de la Avenida del Fundador, carrera primera, que quedó con su carril Sur-Norte convertido en 'boulevard'. Esta última acción hizo que desde la Secretaría de Movilidad se pasara el tráfico de buses de servicio público a la carrera quinta. Desde entonces los trancones, sobre todo a 'horas pico', duran más que antes y lucen interminables al tiempo que afectan a la ciudadanía como expliqué en los dos especiales sobre transporte público, publicados el año anterior en este blog (12).

Y qué decir de El Rodadero, donde sus callecitas escondidas tras las moles de lujosa arquitectura son una hilera regulada por novatos policías que, a punta de ineficientes silbatazos y señas, hacen mover las interminables colas de carros que entran y salen de este balneario al Sur de la ciudad. El colmo de los embotellamientos se refleja cuando las colas llegan hasta el cerro Ziruma, en dirección Norte-Sur, o hasta el cruce de la carretera construida bajo el gobierno militar de Rojas Pinilla (Carrera 4) con la calle 6 de Gaira, en sentido contrario.

-Alcantarillado. ¿Dije alcantarillado?

Rebosantes de agua fétida están las tapas de las alcantarillas de la ciudad, sobre todo en cercanías a la Bahía de Santa Marta. Los turistas se alejan, y los que osan quedarse, soportan olores putrefactos mientras ven el agua del mar fundirse con la recién salida de la cañería.

La explicación de la empresa Metroagua es que la ciudad se creció sin planificación. Eso se nota en que el derramamiento de 'aguas negras' se incrementó con la remodelación del Centro Histórico que inició en el año 2008. Gracias a esto, los cruceros, los pocos que llegaban a una parada rápida en suelo samario, desistieron en su idea de seguir arribando a este puerto.

Hace poco, una amiga argentina, me decía lo feo que le pareció "todas las calles llenas de aguas sucias y con olores pésimos". Bajé la cabeza y debí aceptar la realidad de haber nacido y vivir en una urbe con alcantarillado insuficiente, casi nulo.

Basuras en playas, calles y más...

¿Pocas canastas para recolectar desechos? ¿Poca cultura ciudadana? ¿Algo de las dos? Nadie responde, ni toma partido. Lo real es que las basuras andan a la vista de todos, en todas partes, y en distintos tamaños. Desde pequeños empaques de pasabocas, hasta botellas plásticas de gaseosa tamaño familiar.

Solo con esporádicas campañas de limpieza de playas se amortigua un poco el daño que se da en los principales sitios turísticos de Santa Marta: sus playas de arena ya no tan blanca.

Que el turismo nos haga ver todos esos males, es verdaderamente poco ante lo que podemos empezar a hacer todos y cada uno de los que vivimos en esta ciudad de casi 487 años de historia. Historia que debe cambiar si no se quiere perder el turismo y así dejar de ver a esos cachaquitos colorados por el sol de Playa Grande, con sus cachuchas de color verde fluorescente y pequeños tubos con monedas en su interior que lanzan al agua para que los mozuelos descamisados se zambullan para rescatarlas de las profundidades.