Unión Magdalena: la devoción que tiene cultura ciudadana

Primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas. Segundo mandamiento: Amar a tu prójimo como a ti mismo. De esas dos oraciones se desprende todo acto humano en nombre de la fe católica. Cuando el humano que ejerce esos mandatos divinos es hincha del Unión Magdalena, le agrega parágrafos a esas leyes.

Al primer mandamiento le agrega: Amarás al Unión Magdalena contra todas las cosas. Y al segundo, le agrega: amarás más a tu prójimo si es hincha del Unión. Más allá de todos los ritos que pueden expresarse en lo que expertos como Eduardo Galeano o Juan Villoro han llamado la ‘religión del fútbol’ esta faceta de la cultura reúne todo un cúmulo de conocimientos, saberes, prácticas, ritos y demás que la llevan a que se pueda expresar como tal: como CULTURA, en mayúsculas.

Dentro de esa concepción, el hincha del Unión Magdalena desarrolla su fe dentro de la cultura unionista. Sus hábitos y usos en torno al club de fútbol, muestran su devoción. Una devoción más sufrida que dichosa, eso sí. Lo cual no se niega. Pero como dice en la biblia: “El amor todo lo soporta”.

Si llevamos las consecuencias de ser fiel al Unión al escenario de interacción social, podemos dar cuenta que cada hincha bananero es, gracias a su fe y su cultura, un ciudadano ejemplar. Bueno, aquí debo decir que no estoy incluyendo a los radicales. A los extremistas que, como en toda religión, puede haber. Los que llevan ese amor al punto álgido de violentar espacios, leyes y personas por los colores de la camiseta. A esos no. Me refiero a los que sufren con tolerancia y diplomacia los desplantes y burlas que les hacen cada lunes tras la derrota o el empate cedido como local la tarde anterior. Ellos, dignamente, en silencio, y como corderos, ponen la otra mejilla.

Hablo de aquellos que no tienen afán de vivir en medio de lujos, porque su equipo es la muestra de lo pobre, lo austero, lo chico. Aquellos que sueñan con llegar a lograr cada meta de forma épica: sin presupuesto, pero con trabajo fuerte. Aquellos que multiplican sus panes y peces durante la semana para poder pagar la boleta del estadio sin tener que pedir dinero o atracar a alguien. De esos es que hablo. Ciudadanos que con pequeños actos muestran su esencia divina, su amor sincero, su honorabilidad.

Los hinchas reales del Unión, van al templo: el estadio y lo cuidan porque saben lo difícil que es tener una casa. Han tenido que ver a su equipo de éxodo, en tierras ajenas, con ellos alejados pero conectados a través de la radio o de la televisión. Aquí, me detengo de nuevo. La televisión ya no tanto. El canal Premium ha vuelto invisible al equipo para aquellos que no pueden pagarlo o no quieren. Yo soy de los segundos.
Volviendo al tema, ser hincha del Unión es mantener la fe, recordar las hazañas del antiguo testamento del club y esperar un mesías que nos saque del infierno de la B y nos lleve a la tierra prometida de algún torneo internacional.

Mientras esperamos la llegada de un segundo Arango, quizá, mantenemos la cordura, las buenas obras, la paciencia, la tolerancia, el amor… incluso por nuestros detractores. Dios bendiga al Unión y el Unión nos bendiga a todos.


Este texto fue publicado en el periódico Testigos de la Diócesis de Santa Marta en el año 2020.