Desahogo de un encerrado moralista

En este país que juzga y critica a diestra y siniestra, como si Twitter fuera la vida real, las listas de noticias se engrosan con casos de funcionarios que, en vez de hacer cumplir las normas, se convierten en la representación de predicar y no aplicar.

Bogotá, Santa Marta, La Dorada y al menos 30 locaciones más han sido el escenario para que contratistas de las entidades, gestores sociales, alcaldes y otros servidores públicos hayan vulnerado las normas que, en algunos casos, ellos mismos han sancionado.

Esta es Elizabeth Ramírez, subsecretaria de Defensa y Protección de lo Público, en Medellín, reconoció que cometió un error y presentó renuncia. 


El acto, la evidencia en redes, el escándalo desatado y la sanción moral se mantienen con cada episodio nuevo. La renuncia por presión social, no siempre se da; como tampoco es universal el comparendo. Algunos, los de mayor escala, hacen sonar su voz de mando o mueven sus 'palancas' para evitar ser amonestados. Y así, un acto de "mal ejemplo" se cubre con otro.

Ni hablar de aquellos que aprovechan esos cargos para salir de fiesta o paseo, usando uniformes de las entidades. Prendas que visten en horarios no laborales y que ceden a sus familiares para que los acompañen en el goce. No les deseo mal, pero si se accidentan o algo les pasa algún abogado podría aprovechar el acto vestir el uniforme para generar demandas contra los empleadores y así el erario, que es plata que usted y yo pagamos en impuestos, se vería maltrecho si la verdad procesal supera a la real.

¿De qué sirve que nos cuidemos, que cumplamos las normas, que nos quedemos en casa si quienes deben velar por ellas las omiten en un acto voluntario donde su disfrute particular es impuesto por su "santa ley" sobre el bien común''?

Usted y yo, evitamos salir en días que no nos corresponden; hacemos fila manteniendo distancia. Ellos, los de uniforme institucional, que representan la autoridad en todas sus dimensiones, no. Ellos, que no son todos, pero sí las manzanas podridas dentro de los organismos y empresas, llegan, saludan, y -mintiendo- salen cualquier día, hacen fiestas con amigos porque están más estresados que todos nosotros o acceden a permisos que no son necesarios, prioritarios ni urgentes para el servicio que brindan al ser funcionarios o contratistas del Estado.

Solo el día que la noción de bien común pese lo que vale y el respeto a la norma se alce sobre el afán de sacar ventaja de lo que se tiene, bajará el índice de escándalos donde son protagonistas "los bobos que se dejaron pillar" y con ello, empezaremos a recuperar confianza en instituciones y autoridades en este país de doble moral.

Que tengan feliz encierro.