El errante del navío azul

No seguí el rumbo. Me hice pirata. Incendié puertos inocentes. Desafié tormentas y naufragué. El mar me sorprendió con un huracán de emociones. Naufragué.

Debo navegar con todo eso hasta encontrar un puerto que quiera recibir un navío condenado por el pasado. De lo contrario, seguir vagando en el océano. Sin poder pisar tierra firme. Sin saber lo que es dormir estático. Sin probar un poco de comida mejor sazonada.

Los sueños en el mar se vuelven brisa y con ella vuelan.

Un marino errante siempre llevará su pasado tatuado en los brazos. Y a la gente no le gustan los tatuajes. Todos quieren tener la piel limpia aunque la conciencia esté sucia.

La noche se vuelve día para un marino que no tiene dónde soltar anclas. Su mente no duerme en la oscuridad que hay sobre las olas en noches sin luna. De día, mantener el rumbo y las demás ocupaciones en cubierta le mantienen con la mente dormida pero con los ojos somnolientos. 

¡Tierra a la vista! La esperanza se prende para el errante condenado del navío azul. Aunque su corazón rojo sabe que Pandora se esfumará también aquí.

La gaviota vuela sobre el navío. Se posa en una caja sobre cubierta. Se acicala las plumas y echa al viento algo de la sal que el mar le ha fijado en el cuerpo. El marino espera la señal de puerto.

Lo reconocen de un bote que pasa y advierten que, siendo pirata, ya los incendió y saqueó. El pueblo decide cerrar el puerto. La fama de los actos pasados siempre es más grande que los nuevos cuando los primeros fueron malos. A mayor maldad, menos oportunidades de redimirse.

En silencio, en medio del mar, me voy. Ojalá los desdichados encontremos un hogar nuevo porque la espuma en las estelas del barco sobre el agua, duran más que la ilusión de un hombre que no encuentra la paz.