La sonrisa de 'Chimilongo'

La estatura, la robustez y las gigantescas manos de Maximiliano 'Chimilongo' Robles no eran nada ante la paz, el respeto y la decencia que transmitía al hablar.
Su muerte el pasado 1 de septiembre deja un vacío en el corazón de los seguidores del Unión Magdalena y la gente del fútbol de Santa Marta. Los de antaño, que lo vieron jugar, se quedan con la fiereza que tenía al salir del arco para cortar cualquier balón aéreo que intentara llegar a su área. Las dimensiones de su cuerpo y su fuerza descomunal le convertían en una mole que -literalmente- atropellaba y arrasaba con lo que tuviera en frente. Hinchas del Ciclón Bananero, de Los Leopardos del Bucaramanga y de Los Pijaos del Tolima, conservarán esa tranquilidad que 'el Chimi' le otorgó a estos clubes en cada partido que disputó custodiando sus porterías.

A los padres de esta generación, Chimilongo les deja el recuerdo de todo un legado de disciplina y entrega. Sin escándalos, sin actos de indisciplina, con mucho trabajo y dedicación, Maximiliano Robles dejó un modelo de profesional del deporte que -para qué negarlo- hace falta en nuestra tierra que antes era fértil en futbolistas para todos los equipos del país.

Desde que figuró en la Selección Magdalena a finales de los 60, Robles demostró su estilo y transmitió seguridad. Con eso llegó al Unión y logró estar en la plantilla que jugó Copa Libertadores en 1969. La primera que jugó un equipo del Caribe colombiano. No era titular, pero su constancia, disciplina y perseverancia, le permitieron serlo tras la partida de Jaime Deluque, para luego consolidarse entre 1970 y 1981, año de su retiro, como un baluarte en los equipos que militó.

Los más jóvenes, muy pocos, sabemos de él. Por cosas de la vida, sabemos más quienes tuvimos el honor de ser orientados, aconsejados o dirigidos por él en las divisiones menores del Unión Magdalena. Allí, con su estilo pausado pero firme, forjaba jugadores con los mismos valores que él encarnó. Frases como "No se puede jugar mirando nada más al balón" o "el jugador bueno es el que está siempre de la mitad hacia adelante en el trote del entrenamiento", demostraban su filosofía de juego y dirección, principalmente en las categorías formativas.

Su gran estatura, sus brazos y su figura sólida como el roble, encajaron siempre precisos en su apellido. Lo que no encajaba tan fácil -al menos a primera vista- era su pausa y armonía para hacerse entender. Sin embargo, ese choque era igual de fuerte y contundente al que sus rodillas causaban en los rivales que osaban intentar cabecear en el área que defendía. Y eran así, porque llegaban a la conciencia, al corazón del jugador que se estaba formando.



Con el profe 'Chimi' aprendías no solo orden, disciplina y disposición a lo físico y lo táctico. Aprendías a jugar el fútbol con amor. Aprendías a amar, desde la responsabilidad y el cultivo de tus talentos, al equipo que representabas. Aprendías a respaldar a tus compañeros dentro y fuera del campo. Aprendías la sinceridad de dar un pase seguro y la picardía de patear de lejos cuando el arquero estaba fuera del arco. Esos valores, ahora lo sé, sirven para la vida extradeportiva.

Su sonrisa, que brillaba en medio de las charlas en la antigua canchita alterna al Estadio Eduardo Santos, se apagó. Pero no su ejemplo de tesón, humildad y amabilidad. Su partida, aunque sorpresiva, nos deja a todas las generaciones de fútbol la seguridad de que cumplió con su deber dentro y fuera de la cancha.

Paz en su tumba, fortaleza a su familia y que su nombre: MAXIMILIANO ROBLES, siga siendo sinónimo del carácter que todo atleta debe tener.