Las superamigas

Amistad y alegría, dos cosas que nunca faltan en este grupo de jóvenes que se integran mientras fortalecen su amistad.


Por Eduardo Marín Cuello

Mientras la Mujer Maravilla, en Washington, tiene un avión invisible y Batichica, en Ciudad Gótica, debe esperar que Batman la quiera subir al Batimóvil en vez de a Robin; las cuatro heroínas de esta historieta demuestran su libertad y, sobre todo, su amistad al abordar el Titimóvil y empezar a patrullar por Santa Marta, donde todo pasa y nada cambia.

Son distintas físicamente, pero iguales en su intención al abordar este vehículo al que fui invitado a subir y así conocer las cosas extrañas que abordo acontecen. A diferencia de las heroínas gringas, éstas no tienen herramientas protectoras; pero sí tienen un arma poderosa: la lengua, con ella arman un motor o desarman un balín mientras 'gambetean' imprudentes en una ciudad con poca cultura víal.

Al atardecer, por lo general, empieza el patrullaje de 'Dani', 'Heidy', 'Johe' y 'Titi', esta última la líder de esta liga de la justicia, es la conductora y por eso el nombre de la nave. Por coincidencia estaba en su zona y fui invitado a subir. La oportunidad de entender el  mundo femenino es tentadora, pero como afirmaron cada una en distintas intervenciones se sentían "limitadas" o "cohibidas" por la presencia masculina de este servidor que intentó quedarse callado y usar la mera observación. Pero un hombre callado ante tantas mujeres que hablan de cada detalle que ven es fregado, como dicen por ahí.

No iban 20 metros de recorrido cuando la música estaba con alto volumen dentro del Titimóvil. Reggaetón o lo que suene en la emisora. No hay preferencia, puedo notarlo mientras el rumbo está al oriente por la carrrera 15 desde la calle 18. En ese corto lapso, hacen una parada para hablar con un tipo conocido -me reservo el nombre, así como los de nuestras heroínas y sus edades- al despedirse, estallan en comentarios que, aunque estaban en español, no los entendí. Las mujeres hablan dos idiomas, su lengua nativa y el de las mujeres. Siempre cómplices y cada vez más amigas gracias a esos detalles.

El rumbo cambia en torno al parque. Ahora se busca la calle 17 tras el Liceo Celedón. Un hueco acaricia el auto mientras un discreto y sostenido movimiento de hombros de la conductora quiere decir "Ups", mientras sus amigas con un tenue "aaaaaaay" le dan ánimo para seguir avanzando ante la mirada atónita de los vecinos del sector, principalmente un par de viejitos que estaban en una terraza. De haber sido un hombre el que iba junto a sus amigos, y "se come" el hueco, un madrazo no hubiera faltado, y sus amigos se lo recriminarían de inmediato. Diferencias de género.

La avenida de los estudiantes con rumbo sur, nuevo giro. Sobre ésta, en el semáforo de la calle 22 la luz roja hace detener al Titimóvil -no diré las placas para que no lo identifiquen-, allí un hombre está en bicileta hablando por celular. Para ellas se ve sexy. Si antes estaba confundido con tantos comportamientos extraños, termino con un corto circuito en mis neuronas y entendiendo menos a las mujeres. Mi misión ya falló, y no va ni a la mitad.

Empalme con la avenida del Ferrocarril y desvío a McDonald's. Hora de helados y papitas en el auto Mac. Los hombres tal vez habrían enfilado su rumbo a una tienda a "mamar frías", pero ellas no. Ahora sí, quedo mudo. Si antes no hablaba por observar, ahora no hablo porque no puedo vocalizar nada. Para la prueba me preguntan si quiero algo y mi respuesta, un poco lenta, es mover la cabeza negando.

Hasta aquí, los temas hablados han girado en torno a recuerdos breves de otros patrullajes. Algunos indicios de conversaciones sobre hombres, pero no puedo afirmar nada. Sus claves son una especie de "Código de guerra", como en la película protagonizada por Nicolas Cage. Además de guerra, son de honor y de "solidaridad de gremio." Las mujeres 'no se pisan las mangueras', ni se 'echan al agua', ni se 'boletean' entre sí. Otra enseñanza de estas heroínas del comportamiento y la diplomacia.

La avenida del Río, rumbo oriente es la ruta nueva. A lo largo de ella se ríen, gozan, y sus caras transmiten paz y tranquilidad. Ni siquera recuerdan que deben entregar un trabajo antes de media noche. En ese momento, puedo sentir que sus espíritus danzan "I feel Good" de James Brown o "Libre" de Nino Bravo, no lo sé, pero da gusto estar allí. Las mujeres sonríen y es algo mágico.

Tras esa catarsis femenina, ellas entraron a reflexionar sobre hombres. De esos del tipo macho alfa, pero no como El man es Germán. De repente, sin darme cuenta estaba hablando con las heroínas y -a juzgar por sus comentarios sobre mí- salí bien librado...Eso creo.

La avenida del Libetador nueva superficie de patrullaje. Ahora tenía más participación, de observación pasé a lo que en antropología se llama Observación Participante, y así, incluyendo preguntas, intenté entender el lenguaje de las superchicas. No fue suficiente. Mientras enfilábamos rumbo al sol anaranjado y dejábamos atrás el eterno azul del atardecer, yo me hice parte de este grupo focal que no entendí, pero que disfruté incluso cuando empezaron a demostrar cómo se burlaban de los aburridos que van en los buses, a quienes les roban una sonrisa en medio de tanto afán diario.

En el trayecto que desvió en la carrera 19 hacia la izquierda, por el Estadio Eduardo Santos, siguieron riendo y respondiendo a mis fugaces preguntas sobre lo "normal" de estas misiones de patrullaje: "conversaciones sobre chicos, chicas, homosexuales" y cualquier tema en común, además de sus "sentimientos, sus vivencias y sus experiencias." Los hombres, que vendríamos ya siendo una especie de villanos, poco hablamos de nuestros sentimientos.

Vuelta en la calle 18, rumbo occidente, en busca del mar. La ruta incluyó pasar por la puerta de la U, uno que otro huequito en la carretera y hasta ver un perro orinando en la cera derecha, en la pared de una casa en El Cundí. El mar solo lo vimos a lo lejos pues en la carrera segunda giramos a la derecha hasta la calle 15, poco después de ver a una mujer estirarse sobre el suelo para inhalar algo.

Subiendo la calle quince hacia la avenida del Libertador, el sol se empieza a ocultar. Vuelta por el Eduardo Santos hasta la 22, donde hay de nuevo otra vuelta a la derecha. Está por terminar el recorrido. Vuelta a la derecha en la carrera quince, las risas bajan y con tono serio nos acercamos a la Universidad, donde empezó el recorrido. Hay un evento, observan desde el auto, que pasa lento por el frente. Un grito hace reír a todas mientras el auto acelera por toda la 18 con rumbo oriente hasta la esquina del Gimnasio de Boxeo Kid Dumlop, donde dobla a la izquierda después de tantas veces a la derecha. Si Batichica sabe que el Batimóvil se guarda en la Baticueva, el Titimóvil lo hace en la Titicueva, pero antes hace parada en la Johecueva, donde estiro de nuevo mis piernas y empiezo a buscar un título para esta historia.

Entro a la terraza donde están todas las heroínas de pie, mientras la anfitriona saca los mecedores que equivalen a los sillones del salón de la Justicia. Sus conversaciones en clave siguen y su comportamiento fraterno es cada vez más fuerte. Los hombres deberíamos copiar más este modelo de diversión.

Tras el inicio de la reunión y aunque me ofrecieron asiento, decidí marcharme. No quise seguir cohibiendo ese espacio que sociológicamente es una espfera privada llevada a lo público pero encapsulada en un vehículo automotor. Si todas las mujeres sonrieran como las heroínas, la vida sería más bella.

No combaten el mal en la ciudad, pero hacen a esta urbe más llevadera.