La historia del corredor número 157

Relato en primera persona de lo que el periodista vivió en la Carrera 5k sergista.

Por Eduardo Marín Cuello

Imagen promocional de la Carrera 5k Sergista.
Mientras inhalo doy seis zancadas y al exhalar doy seis más. Ese ritmo lo aprendí a dominar en mi corta preparación para la carrera. Con ese ritmo salí, con ese ritmo corrí los 2.5 kilómetros que Google Maps me mostró en el trayecto de la carrera 5K sergista que se realizó el domingo 11 de noviembre en Santa Marta, pero con ese ritmo no llegué a la meta.

Pero bueno, tras el calentamiento dirigido por un incansable señor, el saludo de la Chica Sergista 2012-2013, Ninibeth Pérez y las indicaciones de Martín Suárez, deportista samario que saltó a la fama nacional tras participar en el reality El Desafío, la Lucha de las regiones, se dio la orden de salir desde el frente de la Universidad Sergio Arboleda.

Recorrido de la Carrera según Google Maps.
En el tramo hasta la esquina de la Carrera 15 con Calle 22 o Avenida Santa Rita, el esfuerzo fue mínimo mientras decenas de participantes de las tres categorías: Sergista (Masculino y femenino), Egresado Sergista (Mixto) y Abierta (Masculino y Femenino), se dejaron llevar por el afán del primer puesto: un tiquete ida y vuelta a cualquier destino nacional, un bono de cien mil pesos de almacenes Éxito y souvenirs de la Universidad, y aceleraron a fondo, mientras yo mantenía la respiración y el ritmo de 6x1, seis pasos por una inhalada o exhalada.

Tras girar a la derecha y buscar rumbo a la carrera primera -contando el corte diagonal que todos los corredores hicimos en la esquina de Equimedis en la calle 22- muchos de los afanados, y afanadas, se quedaron rezagados. Poco a poco, paso a paso, los iba dejando en el camino. Mi ritmo se mantenía.

En la carrera 13 estaba la primera estación de hidratación. Allí, tomé la bolsa de agua que empezaría a utilizar sólo siete cuadras más adelante hasta el final de la carrera. La tomé y seguí con ella en la mano izquierda, intentando no perder el paso. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis; boto el aire mientras doy seis pasos más.

Los semáforos de la Avenida de los Estudiantes, del Ferrocarril, de la Carrera ocho, de la Quinta o Campo Serrano y la cuarta, estaban con trancones producto de la fila de vehículos que debían esperar hasta que el último corredor pasara.

Con mi paso inmutable llego a la Carrera 7. He dejado a muchos atrás. Pero no me importan tanto. De hecho la concentración que llevo en la respiración, conservar el margen derecho y el paso, me obligan a mirar al frente y saber sólo que al pasarles por el lado, se empiezan a convertir en una sombra alargada en el pavimento gracias a la luz mañanera del sol que, a esa hora, poco más de las ocho, está en una inclinación menor a los 45 grados. La sombra desaparece de mi vista tras cinco zancadas.

Entre las carreras 5 y 4, ya he mojado mi cabeza y mi camisa amarilla que el departamento de Bienestar Universitario de la Universidad Sergio Arboleda me dio tras pagar los ocho mil pesos de inscripción en la carrera. En la carrera 3 pregunto a Iván Pacheco, mi amigo y compañero, quien controlaba que nadie usara esa vía como atajo, ¿Cómo voy?, usando la exhalación. Y en un grito práctico me responde: ¡Grave!
Mierda, pensé, no ganaré, pero mantendré mi estrategia.

La última etapa de la carrera era girar de nuevo a la derecha en la Carrera primera y desde la calle 22 buscar el Parque Simón Bolívar, su plaza, la estatua del Libertador donde estaba la meta. Mi estrategia para el remate era: caminar al estilo de la marcha olímpica desde la iglesia San Juan de Dios (Kra 2) hasta pocos metros antes de la rotonda del monumento a la cultura Tayrona, o la estatua de los Indios en la primera. Allí, el ritmo aceleraría y ya no serían 6 sino 10 pasos por cada movimiento respiratorio. Pero antes de acelerar de nuevo, me mojé las pantorrillas, enjuagué mi boca, apreté los dientes en la esquina y corrí, corrí, corrí.

Logré ponerme ese paso, el de los 10x1, y con la bolsita de agua agonizando en mis manos y chorreando por mi cabello y pecho avanzaba al 80% de mi velocidad total. Con la mirada al frente sólo veía desaparecer a mi lado derecho las esquinas de las calles 20, 18, 17... en la 15, los conos marcaban el último tramo. Alli el profesor José Ayola, entrnador de fútbol de los equipos de la Sergio Arboleda, dijo un tenue "Vamos" que la brisa del mar se llevó.

Apreté aún más los dientes y con una inhalación más profunda, ví al fin la meta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, catorce, dieciséis, dieciocho... perdí la cuenta de cuántas zancadas avancé en la exhalación final. Crucé la meta. Yo, el corredor con el número 157 en el pecho, había llegado al final. Mi estrategia había funcionado, no para ganar, pero sí para romper mi propia marca.

Steffit Valencia, ganó en Sergista Femenino. Felicidades a ella que en algún momento de la carrera la pasé, no sé en cuál. Adrie Bueno, me pareció verlo entre las carreras 5 y 4, ganó en sergista masculino, demostró que entrena fútbol diariamente. En egresados, la categoría en que corrí, ganó Aristides Herrera, concejal de Santa Marta que nunca lo ví, pues partió un par de líneas antes de mi y corrió, corríó y corrió mucho más rápido que yo y mis 11 minutos, 7 segundos. Sí, en ese tiempo ocurrió todo lo que acabas de leer y más.

En el tintero:
Ante el primer y segundo puesto de los concejales Aristides Herrera y Carlos Mario Mejía en la categoría de egresados, un crítico mordaz que merodeaba por allí, dijo con algo de humor negro y fino: "Es que los políticos corren como rateros".