Blas de Lezo: héroe, barrio y olvido

“Con un solo ojo, tuvo más visión y estrategia, que ningún contemporáneo suyo. Con un solo brazo puso a raya a piratas, corsarios y asestó a la  Armada Inglesa la mayor derrota de todos los tiempos. Con una sola pierna fue el pilar más fuerte del imperio español en las Indias Occidentales. Odiado, querido, idolatrado pero sobre todo OLVIDADO” : Asociación Cultural Blas de Lezo.



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Por Eduardo Marín Cuello

Llegar al barrio es sencillo: se toma un taxi en cualquier lugar de Cartagena y no se le da la dirección. Sólo se menciona alguno de los tantos puntos de referencia: El Koreano, el Club de Amigos, La Consolata, La Virgencita, el York, el John F… eso y el taxista hará lo suyo.

Cada uno de esos nombres es sinónimo del barrio al cual se accede por el cruce de la Transversal 54 con la Carrera 68, esa avenida que divide en dos este sector con locales comerciales, principalmente de comidas y bebidas, como El Sabor del Novillo Rojo, un restaurante ubicado en el cruce de la Carrera 68 con la calle 27. Una de sus dueñas, Betty Lobelo, transforma estas coordenadas en “entre la manzana M y la N, diagonal al Colegio Nuestra Señora de la Consolata”. Ella tiene muy claro el porqué del nombre de su barrio: Blas de Lezo.

-Por el héroe de Cartagena.

Pero Lezo no es sólo un héroe en la historia de Cartagena. También lo fue para la Corona Española. El General Patapalo, quien quedó cojo, manco y tuerto al servicio de la Armada de Su Majestad, fue uno de los mayores dolores de cabeza en la historia naval de Inglaterra.

Betty Lobelo describe su barrio al interior de 'El Novillo Rojo'. Foto Joaquín Sarmiento.

De la historia al héroe. Durante sesenta y siete días Edward Vernon intentó tomar Cartagena de Indias. Entre marzo y mayo de 1741, ese estratega vasco conocido como el Mediohombre Lezo logró mantener el poderío español en la zona usando sólo seis navíos de guerra contra los 195 de Vernon. Así, impidió que Inglaterra tomara el sur de América. Aquella batalla dejó varias frases para la posteridad, una de ellas la del humillado y derrotado almirante Vernon: “God damn you, Lezo!”

El episodio, según varios conocedores, fue borrado de la historia del Reino Unido con un edicto que prohibía escribir y hablar al respecto. Sin embargo, de este lado del Atlántico, la historia es conocida, aunque pocos saben qué pasó con Lezo después de la batalla. A pesar de haber salvado a Cartagena, al general vasco le esperaban días amargos y dolorosos. Según José Luis Torres Fernández, ni siquiera tuvo tiempo de celebrar su victoria. En la vida de Lezo inició “un periodo de tiempo relativamente corto de tres meses y veintinueve días, en los que como consecuencia de mentiras calumniosas sufre un abandono ignominioso, con una carencia absoluta de recursos por no recibir sus sueldos y un total olvido en su enfermedad, que desembocaría en la muerte, asistido sólo por su abnegada esposa y un reducido grupo de leales”. Sebastián de Eslava, Virrey de la Nueva Granada, elevó las mentiras ante Su Majestad el 1 de junio de 1741, once días después de la victoria. Solicitaba castigar a Lezo “por los delitos de insubordinación e incompetencia”. A eso se suma que después de expulsar a los ingleses, la Corona no volvió a pagarle su salario y, semanas más tarde, contrajo la peste.

Al parecer la maldición de Vernon se hizo realidad.

Del héroe al barrio. Hace 54 años, este militar vasco que jamás perdió una batalla y se convirtió en una leyenda de cuerpo incompleto pero épica entera, inspiró a los fundadores del barrio a empezar a construir la historia de la clase media cartagenera. Aunque con cualquier nombre el barrio habría sido igual de pujante, como doña Betty asegura con su acento costeño:

-El nombre no representa nada. Le hubieran podío poné “11 de noviembre”, “20 de julio” o “3 de enero”, pero con cuagquier otro nombre habría sí’o lo mismo.

Eso dice: lo mismo. Las mismas calles, la misma gente, las mismas ganas de salir adelante. Los mismos detalles que marcan la esencia de los blasdelezanos: la convivencia entre vecinos que parecen familia, el baile de salsa en El Koreano, las parrandas en el Club de Amigos de Blas de Lezo, la celebración de las fiestas de la Virgen del Carmen, o el hecho de que cuando muere un vecino nadie enciende su equipo de sonido por respeto y dos personas de cada casa van en representación de su familia al funeral.

-Todos queremo’ salí adelante. Todos queremo’ subsistí. Por eso el barrio siempre está en crecimiento y no como otros, que siempre están iguales. Y otra cosa es que aquí todos están queriendo se’ millonarios. Aquí en Blas de Lezo no hay nadie que quiera se’ pobre.

Según la misma Betty, eso se nota en que todos se preocupan por vivir bien, con sus casas de fachadas bonitas y con dos o más pisos. Tanto es así, que pocas son las casas que aún se conservan como cuando el INURBE facilitó su compra a los fundadores del barrio.

La evolución del lugar se oye en el tema Blas de Lezo, mi barrio querido, de Alexander ‘Michi’ Redondo, nacido en estas calles. Esa canción, con música de Alexis Lozano de la Orquesta Guayacán, menciona al barrio como de gente “futbolista y beisbolera” y en sus versos menciona a muchas de las familias que forman su comunidad. Los Redondo, los Poveda, los Lambis, los Ahumada, los Medrano, los Castillo, los Marrugo, los Sanjuán, los Merlano, los Mendoza y los Lozano forman parte de este testimonio salsero que algún domingo pone ritmo como pocos barrios del mundo pueden hacerlo: con su propio son.


Del barrio al olvido. Aquejado por la peste, olvidado por la Corona y sin un doblón para dejarle a sus hijos, el 7 de septiembre de 1741, murió en brazos de Josefa, su mujer. Dicen que dijo que “como buen vasco defendí siempre a España y a su Imperio”, pero aún así fue sepultado en una fosa común junto al resto de muertos que dejó la peste.

Los domingos son los grandes días del barrio. Es cuando la gente de la ciudad llega a almorzar en El novillo rojo y después se va a tomar cerveza y bailar en el York. Y esos momentos de jolgorio no se parecen en nada a los últimos que vivió, pero en Blas de Lezo nos siguen recordando su nombre los letreros de una clínica, un almacén de compraventa y la ruta de buses con los que resulta más fácil llegar al barrio. Deben ser las consecuencias de que un quién se convierta en dónde.

Un hombre del barrio no memorizó la lección de historia que algún profesor pudo enseñarle en uno de los cuatro colegios oficiales del barrio: Nuestra Señora de La Consolata, John F. Kennedy, Luis Carlos López y Soledad Acosta de Samper. Al recordar el brazo derecho de Lezo, cree que el barrio lleva el nombre “por el Manco de Lepanto”.

Quizás son las clases de Literatura (o simplemente la ficción) que hoy le juegan a la Historia una mala pasada.

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Crónica realizada en Cartagena de Indias, durante el Taller de Periodismo y Literatura con Daniel Samper Pizano, con el apoyo de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Edición de Willy McKey.