El servicio extra de los taxistas

Por Eduardo Marín Cuello
Imagen tomada de aquí
Un taxista silencioso es un ser incompleto. Es una máquina que acelera, frena, cambia las velocidades del motor de su vehículo, cruza esquinas, busca rutas rápidas para llegar al destino encomendado y siempre está atento. Y si no está encendido el radio, el silencio parece detener el tiempo.

Sin embargo, cuando están comunicativos, son capaces de expresar opiniones que tumbarían a cualquier alcalde; evocar anécdotas de hazañas propias o relatar tremendas historias de amor y romances furtivos. Con uno de estos conductores parlanchines, el pasajero siempre logra entretenerse mientras es transportado a su destino. Una especie de "plusvalía" en el servicio.

Cabe anotar, que parto de la idea del pasajero solitario. Ese que va de afán a su lugar de trabajo; o sólo quiere ir a encontrarse con su amada; o a descansar después de largas jornadas. Momentos en que la mente necesita ir más allá de lo que se ve por la ventanilla del vehículo.

Tras la aclaración, debo decirle, que los puntos más altos del desespero causado por el silencio son cuando se aborda el asiento del copiloto. Ese lugar en que ambos están fuera del campo visual frontal mutuo y que, con el cinturón de seguridad cruzado, se empieza a vivir una especie de claustrofobia que se atenúa con la mirada perdida y juguetona en el espejo retrovisor lateral o en el intento mudo de criticar a los infractores vecinos. Todo con el fin de encontrar una señal de habla, un sonido emitido o un simple balbuceo que genere un "¿perdón?" o un "¿cómo dijo?". Un fósforo que detone una conversación.

Así mismo, el extremo contrario se vive en ese asiento. Cuando el taxista encuentra confianza y empatía con su único espectador y sube el telón para iniciar su monólogo épico de aventuras amorosas, normalmente de infidelidades suyas o de sus compañeros, esos que no tienen nombre sino el número de su código interno. La emoción del taxista ante la captación total de la atención del público -al que ha estado ignorando con la mirada- aumenta al irse acercando al destino. Sabe lo que pasará, sabe que su pasajero ha perdido el afán de llegar y desea escuchar el desenlace. Tan seguro está de ello que llega, frena, pone el carro en neutro y recibe el pago del pasajero mientras sigue hablando. Tarda lo necesario para dar el cambio y seguir detallando su aventura. Luego, le entrega el dinero de vuelta a su cliente, quien lo escucha fijamente mientras mira los billetes que vienen hacía él sin soltar aún su cinturón de seguridad.

El pasajero recibe el dinero, sonríe; pero no se bajará hasta que el servicio esté completo. Ya llegó, pero el chisme está tan bueno que hay que esperarlo porque seguro se convertirá en chiste.