El coste del desliz

Por Eduardo Marín Cuello

No recuerdo como supe esta historia. Si me la contaron o me la inventé. Sólo sé que ahora la conocerán.

La noche lluviosa en que Julio Robles moriría, descubrió, como se acababa con la maldición que le habían arrojado.

Julio llegó a La Guajira huyendo de la gente de El Río a quienes había engañado. Pues él se esmeraba cada día en engañar a la gente haciéndoles creer que era  curandero y quién sabe qué otras cosas más. Esa era la forma en que se ganaba la vida. Cuando lo descubrían, huía a otro pueblo donde no lo conocieran. Esto explicaba por qué vagaba solo y acompañado solo de su baúl donde guardaba los brebajes y otros objetos raros, incluso, su disfraz de adivino, el mismo que usó para morir.

Al llegar a aquel desierto, el último lugar, según él, donde lo iban a encontrar, Julio decidió ubicar en medio de los indios su consultorio para aprovecharse de ellos estafándolos con sus remedios falsos.  Ese lugar que escogió como su objetivo, se convertiría en su perdición.

Primero tuvo que ganarse la confianza de los indios, quienes son conocidos por su recelo y desconfianza con quienes son foráneos para ellos.  Poco a poco se los echó al bolsillo con regalos. Y, aunque tú que lees no lo puedas creer, con sus remedios; los cuales habían funcionado sólo en aquel lugar. Ni siquiera yo sé por qué este mágico fenómeno se había dado. De esta manera, una a una las personas de la tribu empezaron a confiar en los “conocimientos” de Julio, y hasta un jovencito, de cuyo nombre no me acuerdo, decidió ser su secretario. Todos parecían estar encantados con Julio, menos una anciana india llamada Ignacia Pinedo, la mujer más respetada de la aldea, ella nunca confió en él.

Cierta ocasión hubo una gran fiesta en esa  Ranchería. Ese día celebraban un arreglo matrimonial entre dos jóvenes cuyas familias estaban en guerra hacía muchos años. Por fin decidieron terminar la guerra y hacer felices a sus muchachos. Así que celebraron durante varios días.  En esos días de fiesta, llegó a la aldea Lorenza Cabello, enviada por su padre para que Ignacia, su abuela, le enseñara todas las cosas que las mujeres deben saber para casarse.

Lorenza tenía 17 años, era muy hermosa. La india más linda que se pudo haber visto en aquel lugar por mucho tiempo. Tan hermosa era, que Julio al verla sintió deseos de su cuerpo, mas no de su amor.

Ignacia vio la maldad en los ojos de Julio y juró no permitir que ese bellaco y su nieta estuvieran juntos en el mismo lugar. Mientras, él prometió que la haría suya así le costara la vida.

A los dos días de estar en aquel lugar, Lorenza se enfermó con unos dolores en el estómago, que nunca supe cuales fueron las causas de estos. Por cosas de la vida, lo más parecido a un médico por allí, era Julio. Pero la terca Ignacia no permitiría que su nieta se hiciera examinar por aquel extraño, así que ella misma le daba calmantes naturales e incluso viajó con ella por la región buscando médicos pero ninguno pudo curarla.

Una tarde, después del almuerzo, Ignacia se quedó dormida. Lorenza aprovechó el sueño de su abuela y fue donde Julio; pues ya estaba cansada de que ningún médico pudo curarla. Al llegar al consultorio, encontró al curandero hablando con su secretario. Éste, sintiendo como Asmodeo entraba a su cuerpo al verla, sintió de nuevo los malvados deseos de hacerla suya y le dijo:

-¿Qué se le ofrece?

-Quiero que me cure este dolor - respondió ella.

Julio dijo a su secretario que se fuera, argumentando necesitar privacidad con su paciente. El secretario se fue. Después, Julio hizo seguir a Lorenza a una habitación detrás de una cortina, esta habitación estaba llena de objetos raros y una camilla.

Julio dijo a Lorenza que si quería curarse debía hacer todo lo que él le dijera. Ella desesperada aceptó la condición. Julio pidió a su paciente que se desvistiera. Ella lo hizo. Él al ver esa divinidad hecha mujer, sintió como se aumentaba dentro de si la tentación, así que comenzó a palparle el estómago “para encontrar el sitio del dolor”. A continuación, la besó y con su boca, recorrió el desnudo cuerpo de ella. Por último, la hizo suya. Ella no le correspondía; pero tampoco ponía resistencia, pues de lo contrario no seria sanada.
En esos momentos Ignacia despertó y notó la ausencia de su nieta. De inmediato salió a buscarla. Al primero que encontró fue al secretario de Julio y le pregunto si había visto a Lorenza, éste le dijo donde se encontraba. La vieja corrió hasta aquel lugar, al llegar y entrar a la habitación sintió que un rayo la partía al ver como Julio cubría la humanidad de su nieta. En ese mismo instante su ira la cegó y quitó a este canalla de encima de Lorenza. A ella la medio vistió, y la condenó a ser la vergüenza de la familia.

Por otro lado, a Julio lo maldijo condenándolo,  a quedar mudo y a ver en sus sueños quién moriría al siguiente día. A partir de ese momento, Julio no pudo volver a dormir porque veía la forma en que morían las personas y él, no podía decir nada para intervenir en el destino de éstas. Quizás lo que más lo afecto, fue verse en un sueño y al día siguiente ver cómo mataban a su secretario frente a él por espiar a una mujer que se bañaba.

Este hecho, lo llevó a la locura y decidió no volver a dormir nunca. La gente del pueblo lo apartó de si y los jóvenes le robaron todas sus cosas, excepto su disfraz. Julio iba pareciéndose más a un cadáver; y lo único que hacía era vagar por el soleado monte todo el tiempo.

Una mañana calurosa, Julio se quedó dormido bajo la sombra de un árbol y soñó que entraba a un laberinto con su apariencia actual, cadavérico, ojeroso, andrajoso. Después de atravesarlo, salía convertido en el mismo Julio Robles que había llegado a la ranchería. Sólo entendió este sueño segundos antes de morir.

Julio se despertó por la fuerte lluvia que misteriosa y milagrosamente para la gente empezó a caer. Puesto de pie se fue a caminar por el desierto bajo la lluvia. Así se la pasó toda la tarde, incluso hasta la noche.

Después de caminar sin rumbo, Julio encontró un árbol. Lo miró y rasgó una parte de su disfraz. Amarró un extremo al árbol y el otro lo puso alrededor de su cuello. Por último, se colgó. Ahí, en ese momento, Julio Robles, bajo esa incesante lluvia nocturna, descubrió el significado de su sueño, y, de paso, cómo se rompía la maldición. Julio murió. Ya recordé como supe la historia, no me la contaron; me la inventé.