La fiesta de la boda

Todos los matrimonios son iguales...al menos en lo básico; pero las celebraciones de éstos, varían.

Por Eduardo Marín Cuello

"Yo los declaro: marido y mujer" esa frase que ya es de cajón en las ceremonias nupciales, nunca cambia. Y después de esa expresión y de los tradicionales aplausos y vivas a los novios, acompañados por una especie de calle de honor tapizada con arroz crudo, sigue la recepción en algún lugar previamente acordado y a donde todos los invitados llevan las planchas, cafeteras, licuadoras, vajillas y demás enseres que escogieron como regalo de bodas. En algunas ocasiones, este regalo es una fuerte cantidad de dinero.

En estas vacaciones donde el mejor plan fue integrarse a la familia y su firme disciplina, pude asistir a una fiesta de matrimonio de una pariente de mi misma generación y con la cual el vínculo sanguíneo es prácticamente nulo. Allí pude ver que en este caribe colombiano las costumbres de abundancia en las fiestas se mantienen sin importar que el lugar no fuera el hermoso jardín de un club social, ni tampoco el patio de alguna casona familiar.

Bajo la sombra de árboles de mango, zapote y níspero que amparaban un poco el resplandor del sol del medio día me encontraba sentado en una silla de madera que alguna vez fue usada como mobiliario de alguna sala de esta ciudad que mantiene el salitre en el ambiente.

El trago

Mirando en toda dirección puede verse la organización de las mesas; algunas con manteles blancos, otras sin éstos; pero ambas clases con botellas de whisky en hieleras que sudaban por la temperatura que aumentaba en la pista de baile ubicada bajo el entechado de palma. El lícor de origen europeo fue el que impuso el ritmo en el agasajo.

El sonido

La música no puede faltar en un festejo y si se es amante de lo autóctono se hace ver; en estas tierras qué mas autóctono que un conjunto vallenato o una tambora, ésta última fue la elección y si se está en un lugar donde la mayor muestra de folclor es una danza a ritmo de tambora, por qué no hacerla sonar para que todos los nativos del lugar, y algunos foráneos que allí estén, muevan su esqueleto en respuesta al sonar del llamador.

Luego, la mano del hombre deja de tocar el tambor para colocarse sobre un mouse de computador que selecciona las canciones y las hace sonar por un parlante de gran potencia.

El trago, que bien se menciona hasta en la celebración bíblica de las bodas de Caná; la música que es la expresión de los sentimientos del hombre, en este caso la alegría; y la comida, la fuente de energía que ayudará a los asistentes a mantener las fuerzas para bailar, estimulará sus hígados para metabolizar el lícor y sobre todo dará de qué hablar o mantendrá calladas las bocas de los y las chismosas que siempre van a las fiestas.

El alimento

En esta ocasión, la comida fue desde carne guisada, arroz de coco, ensaladas con nombres raros y hasta chivo asado; el plato que quizá es el más típico de la Guajira colombiana, tierra natal de la mayoría de los familiares de la novia. Variedad de sabor y olor que contrastaba con el ambiente de aquella cabaña manejada por una iglesia católica.

El sitio

La cabaña, que hizo las veces del club de las telenovelas que acompañan las mañanas y tardes de esta Colombia nuestra, estaba cercada por plantas de limonaria, un camino de cemento y baldosas que marcaban el sendero de entrada hacia la pista de baile, bajo el techo de palma y hacia los baños y demás lugares como la pequeña piscina del lugar. Sin jardines con césped, pero con varios árboles frutales que dejaban filtrar uno que otro haz de luz solar y protegían un poco del calor que se siente al estar a menos de 50 metros del mar Caribe.

Las caras de la fiesta

En grupos divididos, pero reunidos por el mismo motivo se encontraban allí los invitados; los cuales se agrupaban dependiendo, ante todo, de la gente que conocían. Sonrisas van y vienen; comentarios hacen lo mismo y tras cada trago de whisky y cada bocado de chivo la alegría se incrementa, sin importar lo que esté haciendo el borrachito que baila en el centro de la pista, ni lo que digan las señoronas chismosas de los demás invitados, ni si el baño está sucio de tanto zapato sucio que ha hecho contacto con la humedad del baño compuesta en un 70 por ciento de agua y un 30 por ciento de orín y vómito.

Todo eso queda en un segundo plano, cuando simplemente se centra la atención en pasar bien el rato junto a un grupo de personas que muchas veces se está conociendo apenas.

Al empezar el atardecer, los invitados luego de comer dicen adiós, vuelven a sus casas a hablar sobre lo ocurrido; mientras los organizadores, los familiares de los novios, se quedan reordenando todo; y aquéllos que horas antes dijeron la otra frase de cajón, "sí, acepto"; se disponen a consumar la unión o por lo menos legalizar ante el público lo que ya antes estaba consumado.