Memorias de un zapato en la marcha por la Paz

Desde otra perspectiva, le ofrecemos la crónica de la marcha por la Paz realizada en Santa Marta  a propósito de la conmemoración del Día de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del conflicto armado en Colombia

Textos y Fotografías
Por Eduardo Marín Cuello

Hola, ¿cómo les va? ¿Bien? Me alegro.

Sí, no se asusten, soy un zapato. Uno derecho para ser precisos. Mi compañero está más cansado que yo porque nuestro dueño mete ese pie al caminar.

¿Que por qué cansados? Pues porque nuestro dueño, un tipo que se las da de periodista, decidió ir a marchar hoy. Sí, a la marcha por la Paz; la del 9 de abril; la que conmemora el Día de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del conflicto armado en Colombia.

¿Que quién dijo eso? Pues la ley, la ley de víctimas. Es la 1448 de 2011. Lo que pasa es que todo el mundo debía marchar y apoyar a la paz. El Gobierno Nacional quería mostrar el apoyo de la comunidad al proceso de Paz que se viene realizando en Cuba entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc. Eso sí, hubo más de uno que la usó a beneficio propio.

¿Que qué usó? La marcha, hombre, la marcha.

Bueno lo que pasa es que todo mundo, los colegas de mi dueño a decir verdad, todos iban tras los funcionarios de la Administración Distrital, tras las víctimas, tras las minorías, en fin, tras las personas. Pero coño, nadie pensó en nosotros, en los zapatos, sandalias, y hasta chancletas que vivimos de primera mano, perdón, de primer pie, toda la marcha.

Primero salimos de casa, caminamos un par de cuadras y luego subimos a una mototaxi que nos llevó hasta el punto de encuentro: La Calle 22 con Avenida de los estudiantes. El trayecto fue fresco, imagínense la brisa mientras íbamos en la moto con nuestro dueño, que prefirió ir con la cámara y no con grabadoras o libretas.

Llegamos, nos bajamos de la motocicleta. Caminamos y encontramos a cientos de colegas. De todo tipo, eh. Todos dispuestos a caminar también, sin importar los 33 grados centígrados que marcaban los termómetros. Bueno, en realidad los 33 eran los que sentían nuestros dueños. Nosotros sentíamos más. Recuerden que el pavimento se calienta más. Yo calculé unos 40 grados con mi suela.

Allí arrancamos, saltamos uno que otro charquito, coqueteamos con un par de sandalias, saludamos a unos tennis conocidos y miramos de reojo un montón de mocasines, tacones y plataformas emperfumados que iban en los primeros bloques de la marcha. Nuestro dueño, empezó a hacernos caso. Nos miró, sonrió y decidió tomar fotos de nuestros colegas. Así se mantuvo por todo el trayecto que poco a poco fue enfriándose. Eso sí, tengo que decirlo, me pareció una bobada haber dado esa vuelta que sólo avanzó una cuadra.

¿Que cuál vuelta? Pues les parece poco haber salido de la Calle 22 con Avenida de los Estudiantes. De allí buscar la Avenida del Libertador y en ésta buscar la (Avenida) del Ferrocarril hasta llegar de nuevo a la 22. Eso es perder tiempo y, literalmente, gastar suela... No, no, no, no, no. Sólo recordarlo me acelera.

En fin, la marcha siguió. Bajó por la 22 hasta la Carrera Quinta. Allí todos eran amigos de todos. Y todos se llenaron de una energía tremenda. Gritaban, sonreían y hasta chismoseaban. Estoy hablando de los zapatos. Aunque los dueños también hacían todo eso, no.

En la esquina de la calle 14, giramos a la izquierda. Hasta llegar al final del recorrido: El parque de Bolívar. El animador de la marcha, que gritó, y gritó, y gritó, hasta que casi me salen orejas, tenía un afán en decir que había 80 mil de nosotros, es decir 40 mil personas que fueron a marchar. En realidad no había tantos. Es una exageración. Con esa cantidad de gente se podría llenar el estadio cuando lo remodelen...

Yo creo que había en total 5 mil personas. Es decir 10 mil colegas que, sin que nos dieran importancia, los mantuvimos a todos en el recorrido. A todos, sin importar estrato social, cargo político, sexo, religión... nada. No importó nada de eso para cumpliéramos. Eso sí, tengo que reconocer que unos pares de sandalias revoltosas decidieron rasgar sus correas y dejar descalzas a sus dueñas. Eso pasa, ni modo.

Al final, nos pusimos inquietos por volver a casa porque no soportamos que la marcha empezara a tomar tonos políticos por medio de una serie de discursos, y entonces nos fuimos.

Mi hermano llegó a casa cansado y se fundió; mientras yo sigo trasnochando contándoles a ustedes esta vivencia.

Ah, no le vayan a decir a mi dueño que puedo hablar. Podría dejar de ser periodista para empezar a promocionarme en circos, ferias y fiestas de la región. Chao.

Algunos zapatos...